En esta novela me he
encontrado con los sentimientos, divagaciones, recuerdos, presencias, don
nadies, amigos imaginarios, y meditaciones de lo que le ha sucedido a Mia, una
mujer de cincuenta y cinco años, que se enfrenta a una situación en su
matrimonio que le rompe su rutina de treinta años. Esa “pausa” (con nombre y
apellido) que le pide Boris, le produce un trastorno psicótico transitorio.
Narrada en primera
persona, casi como un diario personal, dirigiéndose en ocasiones a los
lectores, preguntando si seguimos ahí, llegando a considerarnos amigos, fieles
lectores, queridos para ella, incluso agradeciendo la lealtad de seguir ahí.
Recurso que me ha parecido curioso y que le da un punto de ironía.
La historia transcurre
durante un verano que pasó en Bonden, su ciudad natal, con su madre, los Cisnes (las amigas
ancianas de su madre), Lola y sus pequeños hijos Flora y Simon (vecinos), las
jóvenes brujas (grupo de adolescentes a quienes imparte un taller de poesía), y
la Doctora S. (psiquiatra con la que habla por teléfono). Personajes femeninos
que forman este verano sin hombres. Esta pausa y los hombres fuera de escena
producen un corte en su vida, y en el lugar donde se refugia espera a ver si
alguna anciana, adolescente poeta, vecina afable, una niña de 4 años o el
pequeño Simon pueden hacer algo.
Me ha dejado la sensación
de normalidad y cercanía, pues me ha resultado fácil empatizar con sus
emociones producidas por los recuerdos compartidos de tantos años de
matrimonio. Por la sensación que deja cada objeto conocido al estar cargado de
significados acumulados por el tiempo. Por la fugacidad del sentimiento humano
cuando en un segundo se puede pasar de la autocompasión a la cima de la
alegría. Por la fragilidad de los seres vivos.
Por el efecto de rabia, odio y amor. Por la huella que van dejando los
intrincados caminos de la vida marital. Por el intentar regresar emocionalmente
con tu pareja dentro de las posibilidades. Por la distancia entre los dos. Por
la pregunta de si ¿podemos cambiar y seguir siendo los mismos? Por la respuesta
de que mucho de lo que nos pasa depende del azar, depende de otros, pues no
podemos controlarlo todo. Y, tal vez, porque me voy aproximando a esa edad y a
esos años de matrimonio y, a veces, la realidad supera a la ficción (espero que
no).
También dice que somos
seres de carne y hueso, así que el adulterio como la furia de la esposa
engañada podrían ser excusables. Pero cuando llega el momento de perdonar y
olvidar, como conseguir lo último, si no se produce amnesia (a mi personalmente
me ha dado que pensar). A partir de ahí ¿las cosas son diferentes en la pareja?
¿podría volver a ser como antes?
Preguntas que inducen a la reflexión, que a la protagonista de esta
historia le llevan a valorar el tiempo compartido, la hija en común, a avanzar
hacia ese algo que hay dentro de ella.
Me han llamado la
atención los pequeños incisos con guiños literarios, con poemas (Mia es
poetisa) y con referencias al cine. Pero, sobre todo, me ha parecido un relato
algo intimista, escrito por una mujer, sobre personajes femeninos de todas las
edades, lo que da distintas perspectivas sobre los temas. Pero no es un libro
feminista.
Algunas frases del libro:
“Ante mí estaba lo que
sería el hiato entre la Locura Invernal y la Serenidad Otoñal, un lapso de
tiempo sin otra perspectiva que llenarlo con poemas.”
“Es imposible adivinar el
final de una historia mientras la estás viviendo; carece de contornos y se
constituye como una serie de palabras y datos incipientes y, para ser sinceros,
nunca recuperamos toda la información de aquello que fue.”
“En esa historia nuestros
cuerpos, pensamientos y recuerdos están entretejidos de tal forma que es
difícil discernir dónde termina una persona y empieza otra.”
Contracubierta o parte de la misma:
Cuando Boris Izcovich
dijo la palabra “pausa”, Mia Fredricksen, de cincuenta y cinco años, que
llevaba casada treinta con Boris, enloqueció. Porque lo que deseaba su marido
era una pausa en su matrimonio, después de treinta años sin adulterios por
parte de ninguna de las partes –aunque parezca increíble--, una hija
encantadora que iniciaba su carrera de actriz y una relación entre ellos que
había ido evolucionando desde el ardor guerrero de los primeros tiempos a la
simbiosis casi telepática de los últimos. Hay que decir que la “pausa” de Boris
es francesa, compañera de trabajo en el laboratorio –ambos son
neurocientíficos--, joven y con buenas tetas. Pero la locura de Mia no fue más
que una breve psicosis reactiva, y a la semana y media la dejaron marchar de la
clínica donde había sido internada. Y éstos son los prolegómenos del verano en
que Mia regresa a Bonden, la ciudad de su infancia, donde aún vive su madre en
una residencia para ancianas activas e independientes.
Traducción de Cecilia
Ceriani